Estos momentos provienen, por lo general, por mi incapacidad para conformarme con lo que me encuentro, en el último caso, con una inerte frase literalmente lapidaria –aplíquese su aliteración a la forma verbal del sustantivo- proveniente del inframundo en la que se me tachó de cobarde junto a una desafortunada serie de coincidencias tan aborrecibles como tragicómicas.
Esta servidora vuestra puede ser muchas cosas y todas distan bastante de la cobardía, pero el sólo hecho de plantearlo en un momento tan minado me llevó a trazar cuánto de incierto posee dicha acusación, de modo que me marché, peregrinación mediante, a consultar a mi gurú. Ahora vive en Madrid, por cierto.
Así, haciendo las veces de turista dominguera y otras las de una experta en cada piedra del ombligo nacional, allí he pasado los últimos días, a los pies de la puerta del Sol.
Preferí pasar los primeros días aturullada por el silencio de la estruendosa marabunta que supone ese centro de Madrid y así tropecé con varias de esas historias que nadie va a contar: Mario, el argentino recepcionista del hotel en el que me alojaba fue tan amable de dejarse invitar a café mientras me contaba que era un experto fotógrafo ashá en Corrientes pero que apenas llevaba aquí dos años para comprarse una buena cámara, el resto, lo que atañe a su vida, prefiero no maltratarlo con esta barata prosa.
Patear la Gran Vía es francamente reconfortante, sobre todo cuando alguien te para preguntándote una calle, señal de que pasas desapercibida y el cartel de “turista” se oculta bajo el “oriunda”. Me apunto todas y cada una de las fachadas artísticas de nuestro castizo broadway. Alguna noche tengo que ir al teatro, me perjuro. Luego resultará que llego tarde y por cuestión de orgullo acabaré viendo “Aritmética Emocional”. Pero prosigo mi paseo y, oh sorpresa!, me doy de bruces con una recomendación de SideWinder: una –LA- tienda de cómics.
Lo que allí aconteció os lo contaré otro día: basta decir que me quedé sin aliento –ni panoja- y con el corazón en un puño.
Por una cuestión de señales –nota para Ícaro: la lista será interminable- acabo sin razonar poco o nada al final de una cola. Y justo al principio de esta cola se encuentran tres individuos ajenos pero familiares. Por culpa suya les debo parte de mi historia de los últimos años. Y no es la primera vez que me los tropiezo sin ningún tipo de premeditación –o alevosía-. ¿Y qué clase de desagradecida fan sería yo sin la correspondiente foto-posado horteroide y ramplona? ¿Eh? ¿Eh?
- Ernesto, ¿tu recuerdas, por un casual, haber firmado unas gafas graduadas?
-Hum... pues no.
- …Así irías.
Medio segundo de serias miradas sostenidas lo confirman: le llamé borracho. Esto es así. Mi orgullo friki algunas veces me afila la lengua. Y más cuando tengo pruebas.
Continuará...
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Una ves mas, te pido sinceras disculpas, aunque se que lo mio no tiene perdon de dios.