
Apenas recuerdo la historia de una ballena que encerraba en su panza a una joven maldita sin recordar motivo alguno, atada desde la boca del gran gigante por una cadena de plata a uno de sus tobillos y a la que dejaba salir a la playa durante un sólo día cada muchos años, no recuerdo cuantos... un cuento infantil del que nunca recordé final alguno y que hice mío, para terminarlo a mi manera.
Aquella ballena se volvió mía y con su brillante cadena me ha permitido salir a la playa muy de vez en cuando, salpicarme de diferentes mares y océanos, hollar otras arenas que reconfortarían mi alma húmeda sin dejar de ser presa de mi carcelera, que no ha sido otra cosa más que mi propia ensoñación de mi prisión y mi cielo, de mi descanso y mi enfermedad. Diferentes y reconfortantes arenas cálidas y cercanas, arenas frías y hermosas, las de cal, las de la retórica, las del fuego. Diferentes calas de pasión y derrota, de humillación y victoria, de manos diestras y corazón siniestro...
Pero nunca pude quedarme, mi ballena me protegía al tiempo que me arrastraba de nuevo, al final del día, a la profundidad de mi lecho acuático... El vínculo entre mi ballena y yo era tan fuerte como aquella cadena de fina plata. Ella siempre ha llorado por mi, yo siempre he llorado por la suerte de ambas...
No sabría contaros el final del cuento. Aquella joven que descansaba en la playa y se peinaba los cabellos con un cepillo de la misma plata que la unía a una blanca ballena que la miraba con cariño desde la orilla... no podría contaros el final de ese cuento trágico y hermoso que recuerdo haber leído cuando no contaba más dedos que los de una sola mano.
Pero se me ocurre que puedo contaros otro final, uno que se me ocurrió el día que olvidé el verdadero final de aquel cuento...
Puedo contaros cómo la joven de la playa se apiadó del amor con que la ballena la cuidaba pese a ser su carcelera y al reflejarse en el vidrioso ojo gigante de la ballena, ésta dejó caer una lágrima, una sola lágrima igual de salada que su familiar morada que llena de anhelo, comunión y paz, hizo que la cadena se volviera transparente y que el gran mamífero comenzara a cambiar...
Aquella ballena cambió ante los ojos de la muchacha que aun sostenía su cadena, casi imperceptible, entre sus manos... aquella ballena cambió de forma y se volvió hombre. Un hombre que sabía de la historia de aquella joven, que había cuidado en su interior, que la había protegido del frío y el calor, del llanto y la pena, de las playas yermas y las calas derrotadas... Un hombre que portaba el otro extremo de aquella cadena de plata, ya invisible.
Este cuento hace mucho mucho tiempo que se alojó entre mi imaginación y mi memoria, que nunca conté, que nunca esperé, que me acompaña ahora, atado a esta cadena de plata invisible que solo yo y quien fuera mi ballena podemos ver.
Etiquetas: Literatura, Relato
Hoy me voy conmovido.
En serio.
Abrazos, besos y cariño.