29 may 2008
Contrato

Lo habían dejado todo por escrito: iban a convertirse en amantes.

Estos trámites son rutinarios y siempre funcionan así. Dos contrayentes forman un convenio de colaboración atado a unas cláusula flexibles, sujetas a modificaciones si fueran estas necesarias.

Así y de ese modo, Carlos y Elena llevaban impreso su contrato a la espera de conocer, por fin, al que se convertiría en su amante en aquel nublado domingo de marzo.

Existía el miedo, por supuesto, al rechazo una vez se tuvieran frente a frente. Esa eventualidad estaba reflejada en su contrato y se agarraban a la cláusula de la retirada inmediata como si de un salvavidas se tratara.
Curiosamente, ambos sabían que eso no iba a pasarles: si habían sido capaces de tener la suficiente fe para caminar los cuatrocientos kilómetros que distaban sus respectivos hogares del lugar de reunión, casi era un absoluto acto de traición personal y de cobardía el echarse atrás solo porque la otra persona no fuera, en el momento del encuentro, lo que cualquiera de los dos había esperado.

Elena se encargó de elaborar el borrador inicial y Carlos lo fue validando conforme se explicaba cada uno de los artículos: ambos se convertirían en amantes desde el mismo momento en que su firma estampara el contrato del otro y ésta debía llevarse a cabo durante la primera media hora desde su primer contacto. Una vez convertidos en amantes, se comportarían como tal: para cualquiera de sus futuros interlocutores, ambos serían una pareja tan corriente como todas. El contrato incluía anotaciones como libertad de expresión, confianza y petición, tanto en el aspecto social como sexual. Todo lo que la palabra amante implica. Las limitaciones de este contrato venían después.

Pocas eran, ciertamente, las condiciones del escrito: no podían enamorarse. Nada más. Esta única condición conllevaba la nulidad de las cuestiones negativas que implica la dependencia emocional hacia otra persona. Asuntos como los convencionalismos, el protocolo de actuación o el parte informativo exigido a diario eran cuestiones que se salvaban y quedaban fuera de este contrato.
Por el contrario, esta única estipulación derivaba en cuestiones morales y éticas que se salvaron con un bien conseguido “esta relación se mantendrá hasta que alguno de los contrayentes alegue incompatibilidad para cumplir el contrato pudiendo ponerle término sin molestia, explicación ni cargo alguno”.


Eran libres para terminar con su tratado si se daba cualquiera de estos tres casos:

1. Incapacidad del contrayente para mantener su corazón al margen de la relación corriendo el riesgo de enamorarse del otro contrayente.

2. Incapacidad del contrayente para cumplir el presente contrato en caso de enamorarse de un tercero.

3. Libre deseo no justificado de llevar a término el presente contrato.


Era sencillo. Era fácil. Y así, una vez que Elena le sacó la lengua a Carlos en cuanto lo reconoció, no dejaron pasar mucho tiempo más. Tras un breve saludo y firma de rigor, Carlos y Elena se convirtieron, para los transeúntes de aquella estación de tren, en una pareja más de las muchas que allí paseaban. Otra cosa fue lo que vendría después y que a ninguno de los dos se le ocurrió incluir en el contrato.

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posted by Duckland at 8:14 | Permalink |


3 Comments:


  • At 29 de mayo de 2008, 20:14, Blogger Nuevo Ícaro

    Me parece un relato fantástico, y me produce múltiples historias paralelas, con tu permiso querida Duckland me voy a enrollar un poco.
    Creo que ese contrato sería imposible de cumplir desde un principio, recorrer los 400 kilómetros a ciegas y convencidos totalmente de que no habría rechazo, implica que la relación ya había traspasado más allá de lo físico, por lo tanto la clausula numero uno posiblemente se rompería Por lo demás el contrato era simplemente perfecto.
    Aunque lo que no habían incluido y vendría después, bueno... ¿Son 1200 euros los qué da el gobierno,no?:)
    Me ha encantado. (suspiro)¡Ay!¡así de cruel es el amor!.
    PD: Por cierto, yo he hecho campaña por Chuck Norris en el blog de Prometeo pero ni caso, a ver si hay más suerte en la siguiente inercia.

     
  • At 31 de mayo de 2008, 10:37, Blogger Duckland

    Ay, pequeño Icaro... tantas experiencias son las que buscas que te pierde tu sentido de la lógica...

    Los contrayentes no se conocían pero si se sabían portadores de ese tipo de química que salta a la vista... pero que quizá se diluyera ante el miedo escénico ;)
    Y aunque no se incluye esa clausula olvidada, me gusta tu opción. El amor no es cruel, es un juego con reglas ya corrompidas y olvidadas.

    Pd: Olvídate de Chuck Norris, tal y como vamos, nos hará falta MACHETEEE!!

     
  • At 9 de junio de 2008, 11:12, Anonymous Anónimo

    ¿Se puede elegir de quién te enamoras o no? Lo peor del amor no es que las reglas esten olvidadas, es directamente cada uno tiene las suyas, según creencias, según impresiones, según convenga, y lo complicado es dar con alguien que tenga exactamente las mismas que tu.

    Besucos, pequeña.