El cómo lo sé es algo sencillo pero difícil de explicar: me gusta perderme. Me gusta recorrer pasillos de lugares que rara vez son accesibles salvo para el que va hacia el verdugo. Lugares que pueden ser verdaderos oasis para pensar y observar el mundo sin hacer siquiera sombra.
Sé que esto puede parecer una falta de respeto para aquellos que tienen que estar allí a la fuerza, por asuntos propios o vecinales, pero a mi me gusta ir y sentarme a leer... y rara vez consigo leer más allá del primer párrafo.
Siempre se ha dicho de mi que soy insufrible, impasible para con las desgracias ajenas... Es cierto. Pero siento una enorme debilidad y pasión -que no compasión- por dos de mis anteriores vidas: los animales y los locos.
Así, a un lado del pasillo de psiquiatria hay un pequeño espacio con unos pequeños libros colgando del techo y unos banquitos de parvulario para que, cualquiera que tenga que esperar, pueda abstraerse a su realidad mediante esas páginas manidas, como pájaros amaestrados que se ofrecen a contarte su historia.
"Las alas de la vida", una versión impresa de aquel documental que conmovia pues su protagonista hablaba de su inminente cambio de papeles: "Dignidad para vivir y morir, si es posible con una sonrisa", leía yo, impresionada por encontrar semejante frase en semejante lugar.
Y leo y releo parrafos mientras levando la nariz por encima del libro y observo a quienes acuden a ese pequeño rincón del mundo: hijos que acompañan a padres, pequeños demonios hiperactivos con madres hiperpasivas, jovenzuelos góticos en busca de una escusa para presumir, y personas, personas solitarias que me descubren observandoles. Supongo que no hago demasiado bien observando desde lejos, sobre todo para los que sufran de manias persecutorias, que también los habrá, digo yo.
Y allá veo un muchacho joven, como de mi edad. Guapo, mucho. Que pasa su brazo por los hombros de la que puede ser su anciana y desvalida madre -quizá un hijo tardío porque la señora parece muy mayor-... y pronto se piensa "Pobre mujer, alzheimer. Menos mal que tiene un hijo que la cuidará bien"... pero al pasar por mi vera me desengaño: el chico tiene vendadas las muñecas por debajo de los puños de su camisa impolutamente blanca. Su madre está al borde del colapso por no entender porqué su hijo ha intentado quitarse la vida.
Y al entreoir las disculpas y sonrisas de aquel chico guapo tiemblo y me conmuevo y me recuerdo a mi y lloro primero por dentro y luego por fuera y luego sonrio y me rio pero siempre escondida tras las páginas de la vida... Parecía estar más afectada la madre que el hijo. Es lo bueno de los que estamos -o estuvimos o estaremos- locos: en el fondo nos importa demasiado el dolor ajeno y preferimos abstraernos y/o morir a llegar a sentir algo como compasión, pena o lástima. Eso si que es de locos.
Me recompongo, respiro hondo, una extraña paz me dice que, nuevamente, colarme en aquel lugar ha merecido la pena. Y sigo leyendo... pero no mucho más.
Una señora bien peinada y mejor vestida parece estar buscando a alguien. Da vueltas dudando con una carpeta en la mano ante la puerta del ascensor cuando se fija en que la miro y se me acerca, yo diría que temerosa:
-"Perdona, ¿sabes si este ascensor va hacia abajo?"
-"Claro. Solo tiene usted que pulsar el botón"
-"Es que me da miedo ir sola" -llegados a este punto sentencio que no, no esta buscando a nadie a quien acompañar, es ella quien ha venido a la consulta-.
-"¿Le da miedo? ¿Porqué?"
-"Es que yo quiero ir hacia abajo, pero ¿y si este ascensor no me deja donde yo quiero?"
-"No se preocupe, eso no va a pasar. Venga conmigo" -soy más de acción que de otra cosa e invité a la señora a entrar al ascensor- "Ya verá, yo pulsaré por usted y cuando se abrán las puertas, ya estará abajo".
La señora no asintió, solo me miraba con temor cuando preguntó, mientras se cerraban las puertas "¿Pero, y si el ascensor se pierde?".
Y si se pierde? Entonces qué?
Nada mejor como estar ligeramente loco para disfrutar de semejante pregunta.
El ser humano es extraordinario...
Etiquetas: Derrapes mentales
Bonita jornada de observación, querida Duckland.Un hospital es un hervidero de historias para los que sumamos el arte de la observación a una potente imaginación. Yo jamás he deambulado por los pasillos de psiquiatría, me daría miedo no poder salir de allí, aunque sepa cuál es el botón correcto del ascensor. Me ha encantado esta entrada :) Besissssss