Me abro el pecho ante ti, invisible e improbable lector, para decirte que te estoy engañando.
Soy cobarde como el más rápido corredor de fondo y tan estúpida como yo sola.
Nada de sentido común, nada de lógica, y por supuesto, nada de corazón.
Si me encuentro bipolar estos días, si hay veces que parece que sea una adolescente japonesa de pelo de colores quien pegue grititos a través de mi boca y otras sea la mismisima suegra del diablo quien me posea es porque me veo urgando en el pecho para ver qué queda... y resulta francamente frustrante. Pensandolo bien, hace siglos que no escucho mi pulso bajo el agua, cuando solo puedo sentir la apnea de la sangre arrebata como más significativo signo de que sigo viva y en el mundo...
Por lo que puedo ver, muy a mi desdicha, ya no queda nada. Lo siento por quien ha intentado urgar por su cuenta intentando alcanzarlo. Lo siento por quien ha mirado de reojo confiando en tocarlo con una sonrisa. Lo siento por mi. Ya no queda. Y si queda algo -algo huelo, pero apesta a debilidad que tira patrás-, desde luego no parece estar dispuesto a muchas tonterias...
Me rajo el pecho ante ti, desconocido y familiar lector presumiblemente nocturno, y apuesto contigo lo que quede por unas pocas palábras mágicas -de esas que mueven mis montañas- y con ello ganar tu perdón.
No apostaría jamás por mi, pero estoy dispuesta a morir por ti.
Esa es la gran verdad que te confieso.
Esa es la gran verdad que te confieso.
Etiquetas: Derrapes mentales
... que al lugar donde has sido feliz, no debieras tratar de volver... Es fácil volver a un sitio donde has estado bien, es una gran tentanción, aunque luego salen las cosas como salen.
Ah, ni se te ocurra volver a decir que no queda nada dentro, anda que no me nutro yo de todo lo que eres :D