15 may 2007
Carta a mi juez:
Te echaba de menos. A ti y a tu sombra acogedora y fria.


Tu me acompañaste cuando mis 6 años me traicionaron en la función de navidad de la iglesia.

Tu me acompañabas cuando me encerraba en el baño de los actos sociales solo para evadir tus miradas, para escapar de tus guiños. Durante demasiados años.

Fuiste tu quien me hizo tener en la memoria -que no en la imaginación- el acto tan manido de ficción de escuchar como tres personas que no me conocían descargaban sobre mi lo que tus sugerencias vertían tan amable y apaciblemente.

Tu me acompañaste cuando el fuego se relamía ante objetos preciados. Y me señalabas en las sombras de un stop cuando tenía que esconder con verguenza lo que estaba viendo, lo que estaba haciendo, lo que estaba dibujando...


Tu me dabas palmaditas en la espalda cuando quien me queria dejó de hacerlo sin acordarse de decirmelo como debería. Varias veces. Y tu seguiste firme y ferreo a mi vera durante mucho tiempo, recordándome de vez en cuando el bonito día del ¿qué era? Ah, si, otra reunión de los tuyos, un Bando de la Huerta cualquiera. De ese día seguro que no tienes quejas: ¿recuerdas las historias que me contabas cuando, aquella mañana me acompañabas en el tren camino a Murcia? Seguro que te acuerdas.

¿Y te acuerdas de todo lo que ha venido despúes?

Yo si. Y en algun momento debí parecerte tan aburrida que me abandonaste por un tiempo, sin duda por alguna otra persona más interesante a la que lanzar tus juicios solemnes.


Y luego volviste.
Y de repente ya no te parecía bien que yo pudiera encontrar a alguien más allá del valle en el que se ubica mi triste y cafre término municipal.

Escuchaba curiosa tus pasos apresurados, intentando alcanzarme sin conseguirlo.

¿Recuerdas como dejó de importarme tus juicios porque yo hubiera pasado cuatro dias maravillosos con un desconocido que no lo era tanto?

Yo aun recuerdo tu cara de sorpresa por mi ausencia de dolor o remordimientos.


Y ahora, ya tan lejano que te recuerdo con un cariño similar al de la melancolía y el orgullo, ahora creo entrever que haces esfuerzos sobrehumanos por volver a juzgar mis actos.

Mi querido juez, yo te respeto aunque no te comprenda.
Pero, amigo mio, deja de seguirme.

Deja de hablar por boca de aquellos que creen poder hacerlo, que creen tener la verdad en los huecos de sus manos, de sus mentes, de su oscuro y triste corazón.

No lo hagas porque estas lejos, muy lejos.

Es más, por si no lo hueles, soy ya más fuerte que tu.

Y cuando intentes juzgarme, como hacias siempre, ni tu ni yo sabemos qué puede pasar.
Y entonces seré yo quien te juzgue.


Duckland manda ahora, mi querido juez. Olvídame.





 
posted by Duckland at 19:42 | Permalink |


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